"EN TIERRA EXTRAÑA"

por José Luis Gracia Mosteo
(Escritor y crítico literario)


Existe un fenómeno que no se ha estudiado suficientemente en la literatura. Se trata del magisterio de los escritores, la tradición invocada de algunos poetas y novelistas señalando las fuentes donde bebieron y de las que se abastece su hígado, ese órgano sagrado para los antiguos egipcios como lo es el corazón para nosotros. Luis García Montero, por ejemplo, le debe no poco a Rafael Alberti; e igualmente Rubén Darío, a Verlaine; y T. S. Eliot, a Jules Laforgue; y Shakespeare, a Miguel de Cervantes… Sí, ha leído bien el lector: Shakespeare a Cervantes… Ese era el artículo que preparaba para Barataria cuando el correo me trajo Tierra Terriblas de José Ángel Monteagudo, la última entrega de la colección Cantela que coordina Javier Aguirre y edita Certeza, un libro raro, excéntrico, misceláneo, posmoderno y si duda alguna romanledeano, porque su autor no duda en invocar el espíritu presente, aunque desaparecido, de José Antonio Román Ledo; no vacila en homenajear a aquel escritor surrealista y secreto que, en la línea de Buñuel y Goya en sus pintura negras, bajó a los pliegues del subconsciente y subió al empíreo del absurdo para desvelarnos lo que somos, o sea, sombras chinescas, reflejos en la caverna platónica, realidades que se deshacen.
Tierra Terriblas es un divertido ensueño pergeñado en 111 páginas que huye de la pesadilla que nos rodea, esa tierra hoy llamada Crisis, ayer, progreso, para construir otra como en su momento hicieron Juan Rulfo con Comala, Faulkner con Yoknapatawpha o García Márquez con Macondo; una geografía literaria con sus puntos cardinales, sus costumbres insólitas, sus personajes delirantes y sus certezas y dilemas; un nowhere que nos recuerda un poquito el Quimpabán de Román Ledo o el Nagoragorana de Javier Aguirre, aunque sin adeudarles nada pues Monteagudo renuncia al surrealismo de Román o el sarcasmo de Aguirre, para usar un humor cordial y entrañable donde los fantasmas de Vázquez Prada, Pío Baroja, Bob Dylan, Román Ledo e incluso Mosteone deambulan por los caminos de un mundo de papel e ironía arrastrado sus bolas de hierro y filosofando en zapatillas sobre la vida y su espejo cóncavo, la literatura.
De esta forma, cuando abrimos el libro entramos en un mapa ensoñado donde no falta la emisora de radio, el café (Puerto Valdorno), su periódico (Diario de las Terriblas), la música (el rock and roll), su circo literario y hasta sus corridas no precisamente de toros, pero tampoco de las otras, que no hace falta ser sicalíptico sino imaginativo; un plano, decía, lleno de trampantojos, simulaciones, pirados y farsantes, que el autor y sus personajes (los agriescritores) transitan y desenmascaran a golpe de disparate, paradoja y contrasentido; un mapa narrativo y conceptual pero también heterodoxo, sin trama ni argumento, dibujado en dobladillos que son compartimentos estancos como aquellos mapas de piratas en trozos; un libro delirante que es narración, ensayo e incluso a veces poesía.

Vuelvo al origen del artículo, el magisterio de algunos autores, cuando encuentro en el kilómetro o página 17 de esta tierra a Cervantes, Shakespeare y Román Ledo, escritores ajenos y enajenados a veces que aparentemente nada tienen entre sí, salvo que se leyeron (Borges hablaba de la influencia de un autor presente en uno pasado o cómo las lecturas de nuestros contemporáneos modifican las de los clásicos); vuelvo al artículo que preparaba cuando no me cabe la menor duda de que Cervantes nunca supo de Shakespeare, aunque tengo por cierto que el inglés sí leyó a Cervantes cuyo Quijote había sido traducido al inglés por Shelton en 1611, y vio cómo sus amigotes Fletcher y Ben Johnson lo leían. Tanto, que incluso escribió una obra titulada Cardenio, que estaba basada en un personaje de Don Quijote; una obra escrita a la limón (mandoble, diría alguien) entre él mismo, William Shakespeare, y su compadre Fletcher, pero hoy perdida, sobre la que Anthony Burgess y algunos estudiosos han escrito mucho. Es por eso que estoy también seguro de que Román Ledo leerá este libro.

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